Más allá del soneto y hasta de la medieval cuaderna vía, existe poesía. El haiku es un ejemplo de ello. Los primeros haikus se suponen escritos en Japón tan temprano como en el siglo VIII, aunque se acepta que no se llegó a la plenitud de su desarrollo hasta el XVII, gracias al monje Matsuo Bashô, autor del librito que acabo de leer.
No se trata de un poemario o, mejor dicho, no solo se trata de un poemario. Es un libro de viajes surcado de haikus. Como libro de viajes me recordó en algún momento a Viaje a la Alcarria, el libro de Camilo José Cela que comenté en este blog. Ambos autores hacen su viaje a pie y buscan inspiración; sin embargo, mientras que Cela se interesaba, sobre todo, por las personas que encontraba, Matsuo Bashô se ensimisma con la Naturaleza y su magnificencia, de forma que se llega a apreciar la trascendencia que impregna su texto y que lo acerca a la filosofía zen.
En cuanto a los haikus en sí, en este mi enésimo encuentro con la poesía, no han conseguido que el «cambie el chip» para que me sea permitido descubrir dicho género en toda su esplendor. No consigo escaparme de la literalidad de las palabras, lo que impide alcanzar la completa dimensión metafórica que se supone tienen. Es más, en los haikus se acrecienta este hecho como consecuencia de su aparente simplicidad; simplicidad que en algunas ocasiones me resulta hasta infantil. Me pregunto si no será esa la forma de leerlos: desde la inocencia de un niño, que se interesa hasta por el objeto más sencillo.
Quizás, lo más interesante para mí haya sido la introducción de Octavio Paz, en la que nos muestra sin ambages su amor por esta poesía japonesa, como se puede apreciar en los siguientes fragmentos:
- El conocimiento consiste ante todo en percibir la irrealidad del yo, causa principal del deseo y de nuestro apego al mundo. Así, la meditación no es otra cosa que la gradual destrucción del yo y de las ilusiones que engendra; ella nos despierta del sueño o mentira que somos y vivimos. Este despertar es la iluminación (sambodhi en sánscrito y satori en japonés). La iluminación nos lleva a la liberación definitiva (nirvana).
- El haiku es una pequeña cápsula cargada de poesía capaz de hacer saltar la realidad aparente.
- Si decimos que la vida es corta como el relámpago no sólo repetimos un lugar común sino que atentamos contra la originalidad de la vida, contra aquello que efectivamente la hace única.
Por último, como muestra, un haiku que, acompañado de un fragmento narrativo, sí ha conseguido iluminar brevemente mi ceguera poética:
Toda la noche
amotina las olas
el viento en cólera.
Y los pinos chorrean
húmeda luz de luna.
El poema dice todo sobre este paisaje. Si añado algo más sería como añadir un dedo a la mano.
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