Yo confieso que he abandonado «Yo confieso», una novela de Jaume Cabré

Decir que he abandonado la lectura de un libro después de leer casi 300 páginas puede resultar chocante; no tanto si el libro supera ampliamente las 800 páginas, como «Yo confieso», una novela de Jaume Cabré. Aun así, estoy intranquilo por si esta segunda deserción lectora en los últimos meses pudiera ser un síntoma prematuro de cansancio lector. No habrá quien me consuele diciendo que tengo todo el derecho a abandonar una lectura que no me satisfaga y que hacerlo es una muestra de autovaloración de mi tiempo (sobre todo cuando sabemos que este tiempo no es infinito, como creemos en nuestra inocente juventud).


Lo normal es abandonar una lectura porque se la considere de una calidad tan ínfima que prefiramos aprovechar el tiempo con otra posible mejor obra. Sin embargo, con «Yo confieso» no es así. Me apena su abandono porque la novela tiene calidad literaria más que sobrada. No llego a sentirme culpable porque me digo que, tal vez, habría continuado si no tuviera una trama tan compleja, con tantas aristas, como las que parece que entusiasman a los entendidos. Pena, que no culpa. Si acaso, un cierta sensación de estar perdiéndome algo interesante por mi impaciencia o mi inexperiencia. Si existiera dicha 'perla escondida' en «Yo confieso» y algún amable lector ha dado con ella, que me lo diga: quizás sea gasolina suficiente para retomar la lectura.

Dicen que dejar algo a medias (o a terceras, como he hecho con «Yo confieso») va en contra de la naturaleza humana. También dicen que la lectura de un libro no hay que planteársela con la intención de llegar al final, sino de disfrutar del transcurrir del tiempo mientras se lee, casi sin saber cuántas páginas quedan para terminar. Otros dicen que mientras lees no se debe pensar en los otros dos mil títulos que tengo en mi lista de lectura, después de años de ir anotando las recomendaciones que recibo.

En el fondo, yo creo que, como con casi todo, nadie sabe qué es lo que debemos o no debemos hacer, o conviene o no conviene hacer. A lo sumo, podemos llegar a saber lo que se puede o no se puede hacer, lo que hacen unos o lo que hacen otros. Pero al final, la decisión es de cada uno (menos mal).

Volviendo al «Yo confieso» de Jaume Cabré, qué pena no haber escrito una obra más corta con el excelente material literario del que está hecho, como se demuestra en los siguientes fragmentos:

  • Me encuentro viejo y la dama de la guadaña me invita a seguirla. Veo que ha movido el alfil negro y, con un gesto cortés, me anima a seguir la partida. Sabe que estoy muy escaso de peones. De todas maneras, todavía no es mañana y miro a ver qué pieza puedo mover. Estoy solo ante el papel, la última oportunidad que tengo.
  • La cajita verde que le había regalado Carolina con un gioiello dell'Africa en el interior. Su destino. Se había jurado que antes de que dieran las doce en Santa Maria habría tirado la cajita o la habría abierto. O se habría suicidado. Una de tres.
  • Y aunque tengo deudas pendientes con mi padre, no he pretendido que se enorgulleciera dondequiera que se encuentre, es decir, en ninguna parte, porque he heredado su descreimiento en la vida eterna.
  • —Los músicos quieren los instrumentos para tocar con ellos. Cuando lo tienen, tocan con él. A los coleccionistas, en cambio, no les hace falta; pueden tener diez y les pasan la mano por encima, o la vista, y con eso les basta. No tocan con el instrumento, sólo lo tocan. Mi padre era muy inteligente
  • Miré a mi madre buscando una aliada, pero estaba con la cabeza gacha, como si le interesaran las baldosas.
  • Sí, fue un error nacer en aquella familia por muchos motivos. Lo que me dolía era que mi padre sólo supiera que yo era su hijo. Todavía no se había dado cuenta de que era un niño.
  • Cuando dos hombres son amigos del alma saben enfadarse y reconciliarse y saben callarse algunas cosas, no vaya a ser que el otro pueda echarle una mano.
  • Y volvieron a sumirse en el silencio, esperando a que cesara el insistente zumbido que era casi un intruso en la conversación de silencios…
  • Y la Trullols cogía mi violín y le sacaba un sonido tan bonito que, aunque era bastante mayor y excesivamente delgada, por poco me enamoro de ella. Era un sonido que parecía de terciopelo y olía a no sé qué flor, pero que todavía recuerdo.
  • Es tan difícil ser niño y fingir que eres hombre y que te importa un bledo lo que, por lo visto, importa un bledo a los hombres, y darse cuenta de que importa mucho, pero que es preciso disimular, porque si los demás se enteran de que no te importa un bledo, sino dos o tres, se reirán y te dirán eres un criajo, Bernat, Adrià, niño.
  • Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, Adrià Ardèvol comprendió que la aversión a la carrera de solista había sido el único recurso para combatir a su madre y al maestro Manlleu.
  • Estuvieron en un tris. Se miraron en silencio, ella, con una noche serena en la mirada. Él, con un gris indefinido de secretos inconfesables en los ojos. A pesar de todo, ella se marchó en el maldito taxi de mierda que siempre tiene que estropearlo todo. Antes, Xènia le dio un beso furtivo en la mejilla, cerca de los labios. Tuvo que ponerse de puntillas para llegar. Qué ricura, de puntillas. La acompañó hasta la calle y se quedó mirando el taxi que se la llevaba de su vida al menos un par de días. Se tocó el lugar exacto, cerca de los labios. Sonrió. Hacía dos años largos que no sonreía.
  • Recuerdo que no cerré la boca en todo el concierto, que en el andante assai lloré sin ninguna vergüenza, estimulado por el placer físico del ritmo binario del violín, engastado en los tresillos del fondo orquestal, y el posterior abandono del tema en manos de la orquesta y, al final, de la trompa, con un humilde pizzicato. Belleza.
  • Daniela sorbió el último culo de horchata y no dijo nada más. Adrià fue a pagar y al volver dijo por qué no damos un paseo, y Tori, el del Racó, se puso a manchar la mesa con el trapo de limpiar con cara de estar pensando la francesa esa está para comérsela a trocitos, cagüental.


9 comentarios:

  1. ¿Y cuáles son esas miles de recomendaciones?

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    1. Es una lista demasiado larga para ponerla aquí. Tanto es así que he tenido que organizarme para priorizar las lecturas.

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    2. Termina de leerlo, llegaste muy lejos y vale la pena. Es de lo mejor que he leído, y he leído mucho y por muchos años.

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  2. No lo tenía previsto pero me llama la curiosidad. Será mi próxima lectura.

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    1. Sería fantástico que, tras leerlo, dejaras aquí tus impresiones. Lo mismo, tras ellas, me decido a retomar su lectura.

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  3. Javier García del Río23 de septiembre de 2024, 20:56

    En mi caso, acabo de terminarlo y lo considero uno de los mejores libros (si no el mejor) que he leído jamás. Una historia magnífica, inmensa, llena de aristas, de matices, de momentos históricos y de personajes entrelazados. Por supuesto te concedo la razón en las dificultades que planteas: los giros en el tiempo, en la forma y el inmenso reguero de personajes y de historias complica mucho mantener el hilo. No me considero especialmente habilidoso en ese aspecto. Olvido nombres, detalles y situaciones. Pero me vencen la brillantez del relato y las ganas de seguir inmerso en esas historias. Honestamente creo que merece la pena acabar su lectura. A medida que vas avanzando en la historia y se van revelando los hechos, en la segunda parte del libro, el relato adquiere un calado profundo, consistente, se van aclarando las lagunas y acabas conmovido hasta las trancas. Para mi es probablemente la historia cuya lectura más me ha llenado en muchos muchos años. Siento gratitud y emoción. Ojalá encuentres ánimo para acabarlo. Merece la pena.

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    1. Muchas gracias, Javier, por tu magnífico comentario. Me has convencido: he vuelto a añadir esta obra a mi lista mis futuras lecturas.

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  4. Novela mayúscula y, como suele ser habitual, algo difícil. Pero esa dificultad, ese reto, es el que te deja deslumbrado cuando alcanzas la cima de la montaña. Fabuloso recorrido de la historia del mal con un violín barroco como hilo conductor

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