No nos dejemos engañar cuando la perversa niña nos enreda en sus «Memorias de Leticia Valle», una novela de Rosa Chacel

Agradecido, cedo este espacio para que Soledad nos emocione nuevamente con esta original y personal reseña.


Tus negros bucles han contribuido, sí. No obstante, no solo han sido los tirabuzones, también has empleado tu habilidad para tejer situaciones. Verdaderamente eres muy talentosa. Tienes doce años, eres una chiquita bien lista.

Si yo hubiese leído con más atención tus primeras líneas hubiera entrevisto algo más de lo que estabas a punto de echarte encima. 

La tía Aurora y tu padre te conocen, mucho más que yo que, aunque estos días solo he ido intuyendo lo que tía Aurora auguraba casi con certeza. Tu padre no, ingenuo, pasivamente observa desde su butaca tus estudios con don Daniel, el archivero de Simancas, el marido de Luisa, tu profesora de música, poco a poco tu amiga, poco a poco quizá tu madre. Te observo metiéndote en el corazón de Luisa, lo estás haciendo a propósito, no sé si la estimas de veras o la estás utilizando. No lo dices, y yo no logro verlo porque tus palabras están enmarañadas, ¿por qué lo haces así? ¿No entiendes lo que te pregunto? Enredas con palabras para ocultarnos lo que te has propuesto.

Al principio, al acompañarte en el colegio, pensé que estabas loca, una jovencita loca. Pero ahora no, ahora veo que eres malévola, aunque no me lo estás contando todo, ni mucho menos. La perversidad con que estás manejando a estas dos personas no es de buena chica. Y ¿por qué vas a ser buena chica? ¿quién es bueno? ¿quién es malo? Qué tostón con lo bueno o lo malo. Apartemos las observaciones maniqueas. Lo que voy intuyendo es perverso, Leticia. Eres tan joven para maquinar así.

¿Por qué la tía Aurora se altera tanto cuando os ve a Luisa y a ti juntas? Porque te conoce, lo ve venir.
Tú eres protagonista y también la narradora, aquí no tenemos intermediarios que nos interpreten mal lo que está sucediendo. A decir verdad, desde el principio presiento una hecatombe. Pero tú, a pesar de toda la palabrería que utilizas para narrar lo que estalló, no estás diciendo la verdad, nos la estás ocultando. Ahora sí estoy segura. Eres muy ingeniosa, estás narrando unos sucesos y justamente lo que nos haría conocer lo que estás desencadenando, eso exactamente, ese hecho lo estás ocultando, pero no sé si a propósito o porque te avergüenzas de lo sucedido. Verdaderamente, eso sólo lo sabes tú.

Jovencita, yo no sé cómo vas a poder salir adelante con lo que has provocado.

He entresacado estos párrafos: 
  • ¿Quién habría podido adivinar las pasiones que animaban su alma? Yo, sólo yo. Yo vi que sus ojos, aunque medio entornados, se quedaron fijos en una mirada al sesgo y que las pestañas, que seguían la misma dirección de la mirada, por quedar el párpado un poco abultado en el punto que tocaba a la córnea, parecían lanzas. Su mirada era amenazadora, pero era como el que amenaza con rencor y angustia al mismo tiempo. Su mirada decía exactamente «Quieres quitarme lo único que tengo».
  • Yo no sé por qué no había hablado nunca a don Daniel de mis antiguos desvaríos. Si le hubiera contado aquellas cosas tan triviales, él sabría de lo que soy capaz y tendría una pista.


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