Estos días he vuelto a escuchar la voz de Goytisolo recitándose a sí mismo y, gracias a la magia de la literatura, me ha evocado el tiempo en el que lo escuché por primera vez. Sigo siendo un inútil para este género literario, pero como me ha sucedido con este poemario, a veces, solo a veces, consigue emocionarme; como me sucedió al escuchar este poema con el que se abre el libro:
Cuando yo era pequeño
estaba siempre triste
y mi padre decía
mirándome y moviendo
la cabeza: hijo mío
no sirves para nada.
Después me fui a la escuela
con pan y con adioses
pero me acompañaba
la tristeza. El maestro
graznó: pequeño niño
no sirves para nada.
Vino luego la guerra
la muerte –yo la vi–
y cuando hubo pasado
y todos la olvidaron
yo triste seguí oyendo
no sirves para nada.
Y cuando me pusieron
los pantalones largos
la tristeza en seguida
mudó de pantalones.
Mis amigos dijeron:
no sirves para nada.
De tristeza en tristeza
caí por los peldaños
de la vida. Y un día
la muchacha que amo
me dijo –y era alegre–
no sirves para nada.
Ahora vivo con ella
voy limpio y bien peinado.
Tenemos una niña
a la que siempre digo
–también con alegría–, hija mía
no sirves para nada.
Ahora puedo decir sin remordimientos que yo tampoco valgo para nada... salvo para emocionarme cuando leo algunos poemas, como este de José Agustín Goytisolo, gracias a mi amigo Ramón Galdeano Borra.
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