Una ocasión desperdiciada


Regresas a casa tras un áspero día de trabajo en el que has tenido que discutir con tus iguales, aceptar las ideas de tus superiores e intentar convencer a tu equipo.


Mientras cenas y haces "zapping" pasas por encima de un programa de libros. Una idea remota vuelve de una cueva oscura y te hace retroceder de canal hasta que el espacio de literatura aparece de nuevo en pantalla. Al comienzo, no entiendes lo que dice el entrevistado, un novelista; ¿demasiado denso? Nada que ver con la realidad a la que te has enfrentado en la oficina. Pero lo dejas, casi sin querer agarras una idea al vuelo. Conecta con algo tuyo, profundo e inesperado. Te remueve, aunque te da pereza continuar. Cambias de canal. Mejor uno con retazos de información debidamente adaptada a ti. O un concurso en el que unos desconocidos contestan a preguntas absurdas. Terminas de cenar y completas la sesión televisada con algún programa de entrevistas intrascendentes sobre la vida alguien famoso, pero ajeno a ti. Al poco, los párpados no aguantan más tiempo levantados y se rinden.

Antes de acostarte, un tenue remordimiento te hace buscar uno de los libros que algún amigo te recomendó y que esperaba en un estante que te acordaras de él. Inicias la lectura echado en la cama con la luz de tu mesita encendida y la de tu pareja apagada. La primera frase te engancha. Descubres un mundo olvidado o desconocido o inexistente; los personajes empiezan a tomar cuerpo. Cuando estás en la tercera página, los ojos se te cierran y se te cae el libro de las manos. Te sobresaltas, un poco avergonzado. Miras a tu pareja por si ha visto tu reacción: no ha podido verte, está de costado y de espaldas a ti. Dejas el libro en el primer cajón de tu mesita y apagas la luz. Te convences de que mañana continuarás la lectura donde la dejaste. Sabías que el libro te había llevado a algún sitio muy lejano, pero a la vez, muy tuyo.

El siguiente día, viernes, tienes una cena de trabajo y el fin de semana se lo dedicas a tu familia. El lunes, con nuevas reuniones en la oficina, ya se te ha olvidado el libro que comenzaste el jueves. El martes, también, y el miércoles. Al cabo de un mes, abres el cajón de tu mesita para coger un paquete de pañuelos de papel y encuentras el libro. Tienes pereza de reiniciarlo, aunque solo leíste tres páginas. Lo coges, lo hojeas y lo vuelves a colocar en el estante de las lecturas pendientes.

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