Un interesante pero difícil ensayo de Emilio Lledó: «El silencio de la escritura»

Con este libro me equivoqué. Me lo recomendó un amigo, creo que porque me supone mejor escritor de lo que en realidad soy. Me ha costado horrores entenderlo y, no lo he conseguido siempre, pero de vez en cuando, más bien de tarde en tarde, aparecía una «perla» que me convencía para no abandonar.

No recomendaría este libro a nadie que pretenda disfrutar con su lectura, por mucho que reconozca la brillantez de las reflexiones de su autor, basadas en dos tesis: la primera, la lengua hablada permitió transmitir conocimientos y emociones siempre que emisor y receptor coincidieran en el espacio y en el tiempo; sin embargo, la escritura introdujo el tiempo ya que autor y lector podrían pertenecer a épocas diferentes. Estos hechos configuraron todo el desarrollo posterior de la humanidad. La segunda tesis: el texto escrito está incompleto mientras que el lector no lo asimile y lo perfeccione en su mente, de forma que, aun siendo importante, el escritor lo es menos que el lector. Claro, lo que yo he dicho en unas pocas líneas de una forma plana y simple, Emilio Lledó lo desarrolla a lo largo de 160 páginas sin desdeñar terminología y referencias solo accesibles para lectores expertos. En definitiva, un ensayo profundo sobre la filosofía de la escritura.

Extraigo aquí los fragmentos que me han parecido interesantes a la vez que razonablemente comprensibles:
  • La distancia a las cosas que implica el lenguaje —hablar de lo visto sin tener que verlo— significó, además, hablar de lo deseado, de lo rechazado, de lo sugerido, de lo opinado, del poder, de la soledad, de la violencia, de la identidad, de la diferencia, de la inclinación y la aversión, de la necesidad y la posibilidad, de la libertad y del destino.
  • Porque de la misma manera que uno escoge la filosofía que, en cierto sentido, se es, uno hace la filosofía que lleva dentro.
  • El pensar es, pues, una apropiación del lenguaje extraño, que la intuición y la reflexión asimilan.
  • La historia, la humanidad, no habría progresado si cada momento de ella no hubiera podido engarzarse con el futuro. Si el ser, el existir, no hubiera podido, también como escritura, permanecer. La memoria era la única posibilidad de permanencia, y la escritura, a pesar de todas las limitaciones, el más poderoso medio para evocarla.
  • Entender un texto mejor que su autor significa hacerle decir aquello que, en la intención del autor, no fue pensado por él. Pero, evidentemente, un autor no puede tener presente el futuro de todos sus posibles lectores, ni, por supuesto, prever las condiciones históricas bajo las que esos lectores van a realizar su lectura. Además, aunque esto suene a paradoja, el autor no tiene por qué entender su propia obra.
  • Sobre el modelo de la physis, de nuestro cuerpo que incorpora y asimila el alimento, haciéndolo funcionar en el propio organismo, la asimilación intelectual implica que la extrañeza originaria del texto fluye también en nuestra inteligencia. Esta fluencia tiene lugar como lenguaje. Es nuestro lenguaje el que sumerge, en él mismo, el texto ajeno. Pero, por ello, esa llegada al sujeto implica la negación del viejo tópico del texto entendido, como si, efectivamente, hubiese un resultado final, como en un problema matemático, al que, desde el texto, llegase el lector.
  • No existe literatura, filosofía, historia, si no es en función de un posible lector. El texto es, efectivamente, letra muerta, hasta que no es iluminado por un lector que le presta, con el ritmo de su propio tiempo, la perspectiva concreta de la historia y el lenguaje donde se ha formado.
  • El escritor compone conforme a las leyes de la gramática y la estilística; pero la mayoría de las veces de una manera inconsciente. Sin embargo, el intérprete no puede explicar nada plenamente sin ser consciente de esas reglas… De ello se sigue que el intérprete no sólo debe comprender al autor tal como él se comprende a sí mismo, sino incluso mejor.
  • El diálogo posible de la exterioridad de la escritura sólo se realiza si, a través de ella, alcanzamos nuestra propia memoria. Sin ella toda lectura es olvido.
  • Por eso el texto no piensa. Su pensar es pura apariencia, y, sin embargo, esa apariencia es lo suficientemente firme como para hacer el papel de una voz que habla. En esa inequívoca presencia que puede mover los labios de un lector, y convertir en sonido lo que es signo escrito, se supera ese silencio originario que circunda a todo escrito.
  • Pero una vez acabado, el escrito se independiza de su autor, no por lo vivo de esa criatura escrita, sino porque mientras el autor es un nombre que apenas tendría sentido sin su obra, ésta sí tiene sentido sin su autor.
  • El autor no puede entender los sentidos de su obra, porque él mismo es, hasta cierto punto, un producto de ella.

PD: Después de releer los fragmentos anteriores para incluirlos en el artículo, me he percatado de la gran sabiduría que encierran, de ahí que he deseado volver a leer el libro y así apreciar todo aquello que me pude perder en la primera lectura. Me pregunto si no tendrá que ver también con dicho deseo la encendida loa que Emilio Lledó dedica al lector. Un libro que, claramente, merece una segunda oportunidad por mi parte.

3 comentarios:

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    1. Gracias, Claudio St, por leer mi artículo, incluso la posdata, y sobre todo por comentarlo.

      Te confieso que me ha interesado mucho tu comentario, a pesar de que me ha costado algo entenderlo bien; cosa nada sorprendente ya que también me costó leer «El silencio de la escritura» y, al final he decidido volver a leerlo. Me ha gustado tu pretensión de ser original en la forma (mayúsculas no normativas) y en el estilo, pretendidamente rebuscado aunque entendible con unas pocas lecturas.

      Yendo al fondo de tu comentario (la contradicción expresada en el artículo: no recomendar el ensayo y, a la vez, decir que volveré a leerlo) no puedo estar más de acuerdo. No reniego de mis contradicciones; es más, aborrezco de las certezas y de quienes alardean de ellas. Gracias por recordármelo, Claudio St.

      Saludos, a Más.

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