Redescubriendo a Francisco Umbral en «Mortal y rosa»

Empecé a leer esta obra creyendo que era una novela y resultó ser un libro de memorias. Aunque, bien mirado, ¿qué novela no es autobiográfica? Recuerdo haber escuchado al autor, Francisco Umbral, que todos sus libros eran autobiográficos, ya fueran novelas, relatos, poemas o, incluso, artículos periodísticos. Desde luego, esta forma de entender la creación literaria no es original de Umbral; hace poco la compartía Javier Cercas en este artículo al confesar que «Toda novela es una autobiografía enmascarada».


Dejando a un lado cómo catalogar este libro, lo cierto es que es uno de los que más me han gustado en los últimos tiempos. Por varios motivos.

El primero, porque ha conseguido que desaparezca mi antipatía en contra Francisco Umbral, nombre artístico de Francisco Alejandro Pérez Martínez, antipatía provocada por el carácter soberbio que había mostrado el escritor en sus últimas apariciones públicas. El personaje «Francisco Umbral» se ha transformado en Paco, una persona que sufrió la muerte de su hijo de seis años y que consigue volcar su dolor en esta obra, Mortal y Rosa, de una forma tan veraz que consigue emocionar al lector. A todos nos suceden desgracias en un momento u otro de la vida, pero muy pocos saben manifestarlas tan original y desprejuiciadamente como Umbral.

El segundo, porque el autor ofrece una visión de la sociedad y del ser humano nada artificial; una visión crítica que se acentúa tras la enfermedad y el fallecimiento de su hijo.

El tercero, por el dominio absoluto de la prosa, capaz de hablar sin aburrir durante dos páginas de cualquier objeto o situación de la realidad, por muy trivial que fuera, como una mecedora, el frío, el sexo, las manos, la sangre, la vista o el metro. También por una utilización intensiva de la metáfora y la repetición, recursos que en manos de Umbral hizo que Arturo Pérez Reverte publicara este artículo, de título «El muelle flojo de Umbral», en el que decía cosas de este como que «tenía logorrea»

Y el cuarto, porque alterna los recuerdos de su hijo, vivo y muerto, con reflexiones del día a día y hasta con comentarios sobre su labor escritora, muy aprovechables para los que pretendemos mejorar nuestro oficio.

En resumen, un excelente libro que se lee con interés por su clarividencia, a pesar de la angustia que genera en el lector.

He anotado innumerables fragmentos; dejo aquí una pequeña representación:
  • De la prosa de la vida hago en sueños poemas surrealistas.
  • Es como si la vida hubiese querido tener primero un niño chino, y luego un adolescente pálido, y después, cambiando de idea, un hombre miope, amargo y duro, porque hay una mano de sombra que va remodelando mi cara, moldeando mi expresión, haciendo y borrando bocetos sucesivos del que fui, del que soy, del que seré.
  • No somos una unidad, ni siquiera una unidad política, los hombres, porque la carne tolerante lleva por dentro un esqueleto intransigente, un tío integrista que está siempre firme.
  • De regreso, las gentes que vuelven de la iglesia, asociaciones madrepóricas de familias, la dicha lenta que traen entre todos, un sol de costumbre y rebaño, porque ninguno ha captado nada, quizá, pero entre todos reúnen sus nadas y crean algo, acuerdan sus dudas y crean una fe.
  • Hay que dar los olores en lo que se escribe. Antes, cuando era un escritor joven y responsable, quería describir minuciosamente las situaciones, los lugares. Luego comprende uno que basta con dar un olor o un color. Al lector le basta. Al lector le sirve esto mucho más. Dice Baroja de una calle que era larga y olía a pan. Ya está. Un largo olor a pan. Para qué más.
  • La inspiración es la comunicatividad, la transparencia, el acertar a desaparecer entre la escritura y el mundo. Hay días en que se levanta uno transparente, y entonces conviene aprovecharlos para escribir.
  • La sangre de la herida, el dolor vagando por el cuerpo como un murciélago gris y ciego, la fiebre, el miedo, el miedo, eso soy yo, eso eres. ¿Qué otra cosa, si no? Llegamos a generar una sustancia de consistencia variable, más bien mediocre, que es la imaginación, la literatura, la estética, el lirismo, el bien, la fe en el hombre, la Historia, la libertad, la justicia. Pero basta esa gota de sangre, ese quejido mudo de mi cuerpo, ese goteo rojo de la vida, para que todo se borre y yo me reduzca a mi dolor.
  • El mundo reposa en la explotación y se desplaza por la guerra. El mundo descansa en el explotado o avanza sobre cadáveres. Puedes elegir entre la esclavitud y la muerte. O ni siquiera eso. Eligen por ti. El hombre sólo ha sabido erigir escaleras de peldaños humanos. Todo se hace a costa de alguien. Enseñar Historia o grandes monumentos es enseñar crímenes. Vivimos sobre el terreno pantanoso de los explotados, pisamos las arenas movedizas de inmensas extensiones de sufrientes. Landas de sangre iluminan nuestro paisaje.
  • Hoja tierna del cielo, presagio de primavera, hielo alegre del domingo, vida mortal y rosa.
  • Ahora, con mi media vida consumada en la literatura, ésta vuelve a ser para mí lo que fue en la infancia y lo que realmente ha sido siempre: mi manera de no estar en el mundo, mi repugnancia hacia la sociedad de los adultos, hacia sus trámites, sus compraventas y sus transferencias.
  • En la quietud de las fotos se ve mejor la movilidad de su vida. En el reposo de la cartulina fulgura la prisa que es la infancia. Al hilo de las fotos, este ser que ha nacido y ha cambiado ante mis ojos, sucesión de niños que son el niño, la infancia es una multitud, una aglomeración, una angostura. Cada cinco o seis meses el niño es otro. El niño es sucesivo. Creía amar a un solo niño y he amado a muchos, a uno distinto cada día.
  • De la dicha sólo tenemos el recuerdo: nunca hemos tenido la experiencia. El hombre conoce la felicidad de referencias. De oscuras referencias interiores. La felicidad no puede estar en el futuro, porque la tomamos siempre del recuerdo, llevamos su imagen en la memoria.
  • Confío en que seré feliz porque alguna vez lo fui. Y creo que alguna vez lo fui porque entonces, aquella vez, creía asimismo haberlo sido en otro tiempo. Todo instante de felicidad no es sino la confirmación de que tenemos un pasado. Sólo la memoria goza.
  • ¿Hay que consagrar la vida a una obra? Más claro veo yo el que se deba consagrar la obra a la vida. Una obra en marcha, sí, articula un destino, pone argumento a los días, eje a las horas. Estructura una conciencia, ayuda a vivir. Lo de menos, al final, quizá, sea la obra.
  • Se piensa que el buen escritor hace una buena novela. Yo creo que, por lo menos en la misma medida, la buena novela hace al buen escritor. Uno es más listo cuando trabaja. La obra en marcha tira de nosotros, nos aguza, nos afila, nos mejora, nos enerva.
  • La vida, asesinándote, se ha dado muerte a sí misma, ha perdido su sentido y paga su crimen en tardes de sol en las que nadie cree y anocheceres de niebla donde nadie es feliz.
  • Soy el único cadáver que ha escrito un libro en la historia de todos los tiempos...

2 comentarios:

  1. Hola, Javier:

    Solo se me ocurre decir que debió acabar exhausto, molido; que tras cada línea escrita tuvo que temblarle el pulso. No sé si fue así, pero es lo que me provoca esta lectura. La siento como un modo de ajustar cuentas con la vida. Gracias por traerla.

    Un abrazo.

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    1. Coincido contigo, Marian. Yo añadiría su valor; valor para sobreponerse y escribir acerca de una herida tan profunda.
      Gracias a ti por pasarte por aquí y comentar.
      Otro abrazo.

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