Abrumado por "Cien años de soledad", la novela de Gabriel García Márquez

Uno se siente insignificante ante una obra como esta y me pregunto cómo puedo ni siquiera pensar en escribir algo digno después de lo ya escrito en Cien años de soledad. Me refiero a mi propia obra de ficción y no a este blog. Aquí, como ya he dicho en otros artículos, me siento legitimado para hablar de mis propias sensaciones tras la lectura, tratando con cierto pudor aspectos relacionados con la técnica literaria, en especial en obras justamente llamadas maestras, como es el caso de esta de Gabriel García Márquez


Novela atípica, no estructurada de acuerdo al canon planteamiento-nudo-desenlace, parece transcurrir toda ella sin que se necesite una "gran pregunta dramática" que la soporte. No hay una intriga que nos haga continuar la lectura; suceden acontecimientos claramente inverosímiles, pero nos da igual. Queremos seguir leyendo, empapándonos de ese mundo desmesurado de Macondo, donde los distintos personajes, todos ellos, son muy humanos y, a la vez, no lo son. Parece como si Gabriel García Márquez los hubiera creado con una lente que los distorsionara de tal modo que los defectos de cada uno se amplían desmesuradamente hasta hacerlos casi cómicos, sin llegar a serlo. Da la sensación de que el autor hubiera escrito la historia en muchos y sucesivos vómitos de imaginación, de forma que cada suceso/escena podría considerarse autosuficiente. De echo, no he podido evitar la sensación de que Cien años de soledad me parezca una recopilación de cuentos, con el hilo conductor del lugar donde acontecen, Macondo, y de los personajes afectados, a siete generaciones de los Buendía.

Esta percepción de cierta desconexión entre los acontecimientos que se suceden, vendría a remarcar el tema, lo que trasciende de la lectura de esta novela, y que ya aparece en el título: la soledad de los personajes de la obra, como trasunto de la soledad innata de todo ser humano. Da igual de cuantas personas se esté rodeado y hasta de la calidad y el calor que se reciba de ellas, al final, al final, cada uno está solo frente a los demás. La que llegó a ser centenaria, Úrsula Iguarán, la matriarca de la saga Buendía, intenta mantener unida a la familia, pero no lo consigue; cada persona elige su camino, muchas veces a su pesar. En mi opinión, en este libro en el que he registrado 23 cuasi-protagonistas de entre 48 personajes, Úrsula Iguarán es, para mí, la auténtica protagonista a la que hace referencia el título, con sus más de cien años de edad, rodeada de todos pero inevitablemente sola. Llama la atención cómo las mujeres, en especial Úrsula Iguarán, pero también Pilar Ternera o Petra Cotes, son las que soportan la historia, mientras que los hombres son meras comparsas, salvo en el caso del Coronel Aureliano Buendía y el gitano Melquíades, auténticos espíritus libres y, por tanto, los más solitarios de todos los personajes.

Me ha llamado la atención la originalidad del narrador al utilizar con frecuencia el tiempo pasado para hablar del futuro en frases como esta: «Pocos meses después, a la hora de la muerte, Aureliano Segundo había de recordarla como la vio la última vez...» Curiosa también la repetición de los mismos nombres para diferentes personajes; por ejemplo, hay veintidós Aurelianos, cuatro José Arcadios, dos Amarantas; curioso que no gratuito: como en el propio texto se viene a decir, parece como si siempre se estuviera repitiendo la vida, como si no se aprendiera y fuera obligado repetir los mismos errores, no tanto por una persona sino por sus descendientes, en una especie de rueda, de círculo sin fin.

La novela es un prodigio de imaginación en la descripción de las acciones de los personajes o del ambiente en el que se desenvuelven y, desde luego, en la forma tan expresiva y, a la vez, tan precisa en la que están redactadas cada una de las frases, de forma que esta ha sido una de las novelas que más ha hecho crecer mi cuaderno de notas: ocho páginas. De ahí que, en esta ocasión, me haya sido más difícil elegir unas pocas frases para colocarlas como despedida de este artículo. Pero, en definitiva, importa menos que no estén todas que que las que estén sean buenas. Aun así creo que he dejado demasiadas. Ahí van:
  • «Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra.»
  • «Entonces se confió a aquella mano, y en un terrible estado de agotamiento se dejó llevar hasta un lugar sin formas donde le quitaron la ropa y lo zarandearon como un costal de papas y lo voltearon al derecho y al revés, en una oscuridad insondable en la que le sobraban los brazos, donde ya no olía más a mujer, sino a amoníaco, y donde trataba de acordarse del rostro de ella y se encontraba con el rostro de Úrsula, confusamente consciente de que estaba haciendo algo que desde hacía mucho tiempo deseaba que se pudiera hacer, pero que nunca se había imaginado que en realidad se pudiera hacer, sin saber cómo lo estaba haciendo porque no sabía dónde estaban los pies y dónde la cabeza, ni los pies de quién ni la cabeza de quién, y sintiendo que no podía resistir más el rumor glacial de sus riñones y el aire de sus tripas, y el miedo, y el ansia atolondrada de huir y al mismo tiempo de quedarse para siempre en aquel silencio exasperado y aquella soledad espantosa.»
  • «José Arcadio sintió que los huesos se le llenaban de espuma, que tenía un miedo lánguido y unos terribles deseos de llorar.»
  • «En ese estado de alucinada lucidez no solo veían las imágenes de sus propios sueños, sino que los unos veían las imágenes soñadas por los otros.»
  • «Todo el mundo quedó en paz, menos Aureliano. La imagen de Remedios, la hija menor del corregidor, que por su edad hubiera podido ser hija suya, le quedó doliendo en alguna parte del cuerpo. Era una sensación física que casi le molestaba para caminar, como una piedrecita en el zapato.»
  • «De tanto ser usado, y amasado en sudores y suspiros, el aire de la habitación empezaba a convertirse en lodo.»
  • «A veces, ante una acuarela de Venecia, la nostalgia transformaba en tibios aromas de flores el olor de fango y mariscos podridos de los canales.»
  • «Tan pronto como José Arcadio cerró la puerta del dormitorio, el estampido de un pistoletazo retumbó en la casa. Un hilo de sangre salió por debajo de la puerta, atravesó la sala, salió a la calle, siguió en un curso directo por los andenes disparejos, descendió escalinatas y subió pretiles, pasó de largo por la Calle de los Turcos, dobló una esquina a la derecha y otra a la izquierda, volteó en ángulo recto frente a la casa de los Buendía, pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de visitas pegado a las paredes para no manchar los tapices, siguió por la otra sala, eludió en una curva amplia la mesa del comedor, avanzó por el corredor de las begonias y pasó sin ser visto por debajo de la silla de Amaranta que daba una lección de aritmética a Aureliano José, y se metió por el granero y apareció en la cocina donde Úrsula se disponía a partir treinta y seis huevos para el pan.»
  • «Pilar Ternera había perdido el rastro de toda esperanza. Su risa había adquirido tonalidades de órgano, sus senos habían sucumbido al tedio de las caricias eventuales, su vientre y sus muslos habían sido víctimas de su irrevocable destino de mujer repartida, pero su corazón envejecía sin amargura.»
  • «Había tenido que promover 32 guerras, y había tenido que violar todos sus pactos con la muerte y revolcarse como un cerdo en el muladar de la gloria, para descubrir con casi cuarenta años de retraso los privilegios de la simplicidad.»
  • «... Aureliano Segundo se dio a la tarea de descifrar los manuscritos. Fue imposible. Las letras parecían ropa puesta a secar en un alambre, y se asemejaban más a la escritura musical que a la literaria.»
  • «Taciturno, silencioso, insensible al nuevo soplo de vitalidad que estremecía la casa, el coronel Aureliano Buendía apenas si comprendió que el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad.»
  • «Para los forasteros que llegaban sin amor, convirtieron la calle de las cariñosas matronas de Francia en un pueblo más extenso que el otro, y un miércoles de gloria llevaron un tren cargado de putas inverosímiles, hembras babilónicas adiestradas en recursos inmemoriales, y provistas de toda clase de ungüentos y dispositivos para estimular a los inermes, despabilar a los tímidos, saciar a los voraces, exaltar a los modestos, escarmentar a los múltiples y corregir a los solitarios.»
  • «Para la gente de Macondo era una distracción reciente recorrer las húmedas e interminables avenidas bordeadas de bananos, donde el silencio parecía llevado de otra parte, todavía sin usar, y era por eso tan torpe para transmitir la voz.»
  • «—Dígale —sonrió el coronel— que uno no se muere cuando debe, sino cuando puede.»
  • «Era tan apremiante la pasión restaurada, que en más de una ocasión se miraron a los ojos cuando se disponían a comer, y sin decirse nada taparon los platos y se fueron a morirse de hambre y de amor en el dormitorio.»
  • «Los médicos de la compañía no examinaban a los enfermos, sino que los hacían pararse en fila india frente a los dispensarios, y una enfermera les ponía en la lengua una píldora del color del piedralipe, así tuvieran paludismo, blenorragia o estreñimiento. Era una terapéutica tan generalizada, que los niños se ponían en la fila varias veces, y en vez de tragarse las píldoras se las llevaban a sus casas para señalar con ellas los números cantados en el juego de lotería.»
  • «La atmósfera era tan húmeda que los peces hubieran podido entrar por las puertas y salir por las ventanas, navegando en el aire de los aposentos.»
  • «Aureliano Segundo no se dio cuenta de que se estaba volviendo viejo, hasta una tarde en que se encontró contemplando el atardecer prematuro desde un mecedor, y pensando en Petra Cotes sin estremecerse.»
  • «Intrigado con ese enigma, escarbó tan profundamente en los sentimientos de ella, que buscando el interés encontró el amor, porque tratando de que ella lo quisiera terminó por quererla. Petra Cotes, por su parte, lo iba queriendo más a medida que sentía aumentar su cariño, y fue así como en la plenitud del otoño volvió a creer en la superstición juvenil de que la pobreza era una servidumbre del amor.»
  • «Nigromanta lo llevó a su cuarto alumbrado con veladoras de superchería, a su cama de tijeras con el lienzo percudido de malos amores, y a su cuerpo de perra brava, empedernida, desalmada, que se preparó para despacharlo como si fuera un niño asustado, y se encontró de pronto con un hombre cuyo poder tremendo exigió a sus entrañas un movimiento de reacomodación sísmica.»
  • «Se entregaron a la idolatría de sus cuerpos, al descubrir que los tedios del amor tenían posibilidades inexploradas, mucho más ricas que las del deseo.»

4 comentarios:

  1. Hola amigo. Creo que tu reacción fue igual a la que tuve. Cuando terminas la última frase del libro te quedas con una extraña sensación de satisfacción y soledad. El efecto de este libro te embriaga y logras entender el por qué de su fama. Muy buena entrada

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Piper. Me alegra saber que te ha gustado esta entrada y que compartimos sensaciones.

      Muchas gracias por leerme y comentar.

      Un saludo.

      Eliminar
  2. Felicitaciones. Gracias por traer de nuevo a mi memoria las volutas de perfume de semejante obra. Faraónica para mi gusto. Después de la biblia, Cien años de soledad. Abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti por pasarte por aquí, leer y, sobre todo, atreverte a comentar.
      Otro abrazo.

      Eliminar

Redes sociales