Relectura de "Corazón tan blanco", novela de Javier Marías

Después de 14 años, y tras el aluvión de recomendaciones recibidas, he vuelto a leer "Corazón tan blanco". De una novela como esta ya hay decenas de formidables reseñas de lectores más experimentados que yo como, por ejemplo, esta de Rosana Orué; o esta de Xavier Beltrán; o esta, reciente, de Carlos Andia; o esta de María García-Lliberós; o esta, completísima, de Pilar Taulés (como veis, algo se me han contagiado las frases largas de Javier Marías).

No quiero comentar las extensas y continuas digresiones que parecen suspender la acción, tampoco los diálogos casi inexistentes o que están, más bien, en formato narrativo y son poco naturales; ni me extenderé en la escritura precisa, aunque algo recargada, casi "borgiana", de la novela; ni siquiera en la excelente visualidad, casi de película, de la mayoría de las escenas.

Un narrador tramposo, eso es lo que más me ha sorprendido de esta relectura de "Corazón tan blanco". La novela está narrada por el protagonista, Juan, en primera persona; retrocede a dos pasados, uno remoto y otro más reciente, y vuelve una y otra vez al presente. Este narrador, la mayor parte del tiempo, cuenta en forma de soliloquio, desgranando los episodios que conoce, pero, y aquí está el "truco", también aquello que no conoce, como si lo conociera. Podemos suponer que lo cuenta porque alguien se lo ha dicho, cierto, pero no puede ser en todos los casos, como en los que habla de las acciones y hasta de las emociones de personas que vivieron antes de que naciera el protagonista, sin que hubiera ninguna otra persona presente.

Y las repeticiones. Sí, he encontrado frases, bastantes, repetidas literalmente en dos partes distantes de la novela. Y no unas pocas palabras, a veces frases de doce líneas repetidas palabra a palabra, como esta que está en las páginas 44 y 368 de la edición de Alfaguara de 1999:

«A veces tengo la sensación de que nada de lo que sucede sucede, porque nada sucede sin interrupción, nada perdura ni persevera ni se recuerda incesantemente, y hasta la más monótona y rutinaria de las existencias se va anulando y negando a sí misma en su aparente repetición hasta que nada es nada ni nadie es nadie que fueran antes, y la débil rueda del mundo es empujada por desmemoriados que oyen y ven y saben lo que no se dice ni tiene lugar ni es cognoscible ni comprobable.»

Lo curioso es que, a pesar del narrador tramposo y de las repeticiones, o precisamente por ellos, la novela funciona. Un único protagonista y unos pocos personajes más, nos cuentan un argumento sencillo trufado de continuas muestras de sabiduría, casi rozando el artículo, faceta que aprecio especialmente en Javier Marías.

Para terminar, como siempre, algunas de las frases que más me han interesado, aunque, dada la excesiva longitud de muchas de ellas, me limitaré a las más cortas:


  • De vez en cuando se miraba detrás flexionando una pierna y con la mano se planchaba la falda estrecha, como si temiera algún pliegue que le afeara el culo, o tal vez se ajustaba la braga insumisa a través de la tela que la cubría.
  • … la débil rueda del mundo es empujada por desmemoriados que oyen y ven y saben lo que no se dice ni tiene lugar ni es cognoscible ni comprobable.
  • Era una lástima que habláramos la misma lengua, y la comprendiera, porque lo que aún no era diálogo se tornaba ya violento, quizá porque no lo era, no era diálogo.
  • No vi razón para no decirle la verdad, y sin embargo tuve la sensación de no hacerlo al hacerlo.
  • … el mundo entero se mueve a menudo sólo para dejar de ocupar su lugar y usurpar el de otro, sólo por eso, para olvidarse de sí mismo y enterrar al que ha sido, todos nos cansamos indeciblemente de ser el que somos y el que hemos sido.
  • Todo el mundo obliga a todo el mundo, no tanto a hacer lo que no quiere, sino más bien lo que no sabe si quiere, porque casi nadie sabe lo que no quiere, y menos aún lo que quiere, no hay forma de saber esto último.
  • Escuchar es lo más peligroso, es saber, es estar enterado y estar al tanto, los oídos carecen de párpados que puedan cerrarse instintivamente a lo pronunciado, no pueden guardarse de lo que se presiente que va a escucharse, siempre es demasiado tarde.
  • [Después de casarse] Sabré demasiado, sabré más de lo que quiero saber acerca de Luisa, tendré ante mí lo que me interesa de ella y lo que no me interesa, ya no habrá selección ni elección, la tenue o mínima elección diaria que suponía llamarse, establecer una cita, encontrarse con los ojos buscando a la puerta de un cine o entre las mesas de un restaurante, o bien arreglarse y ponerse en camino para visitarse.
  • Daba siempre la sensación de estarse perdiendo algo y ser dolorosamente consciente de ello, uno de esos individuos que quisieran vivir a la vez varias vidas, multiplicarse y no circunscribirse a ser sólo ellos mismos: a los que la unidad espanta.
  • Miraba siempre ávidamente, a las mujeres y a algunos hombres —a los hombres tímidos—, dondequiera que se encontrara, sus ojos asían como sus manos.
  • ... las cosas difíciles parecen posibles en cuanto se las piensa un poco, pero se hacen imposibles si se las piensa de más.
  • A veces me pregunto si no sería mejor que nos estuviéramos todos quietos, que estuviéramos todos muertos, al fin y al cabo es lo único que en el fondo queremos, la única idea futura a la que nos vamos acostumbrando, y ante ella, no caben dudas ni arrepentimientos anticipados.
  • … este cuerpo de Berta era como madera mojada sobre la que se clavan navajas, el de Luisa como indiscreto mármol sobre el que suenan los pasos, más joven y menos cansado, menos expresivo y más intacto.
  • Me aterró el pensamiento y no quise pensarlo, el secreto que no se transmite no hace daño a nadie, cuando tengas secretos o si ya los tienes no se los cuentes, me había dicho mi padre después de decirme y ahora qué, ahora qué...
  • Seguía lloviendo mercurio o plata bajo los haces, nuestra noche era anaranjada y verdosa como lo son tantas veces las de Madrid mojado.
  • Besar o matar a alguien son cosas tal vez opuestas, pero contar el beso y contar la muerte asimila y asocia de inmediato ambas cosas, establece una analogía y erige un símbolo.
  • Ves, la propia vida no depende de los propios hechos, de lo que uno hace, sino de lo que de uno se sabe, de lo que se sabe que ha hecho.

2 comentarios:

  1. ¿Y ese inicio? Permite, querido Javier, que lo añada: «No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados». Un arranque soberbio.

    Gracias por traerlo.
    Un abrazo.

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