Ocurrencias tras releer "El arte de la prudencia. Oráculo manual", de Baltasar Gracián

Hace veintidós años leí El arte de la prudencia. Oráculo manual, en una cuidada edición de José Ignacio Díez Fernández. Entonces anoté que "Gracián sabe cómo obtener el máximo provecho de los demás. De ahí que no hable de la inteligencia, ni de la bondad, ni de otros aspectos que tienen que ver más con la vida interior del ser humano. Él trata de identificar al prudente frente al necio; prudente que prefiere al sabio." Para ello, enumera 300 aforismos con las habilidades necesarias para tal prudencia.


He vuelto a leer veintidós años después este ensayo, que por muy clásico que sea no deja de ser un libro de autoayuda. Una de las principales enseñanzas del "oráculo" es que hay que ser listo "sin que se note"; esta y otras parecen virtudes que, si no son innatas las considero casi imposible de interiorizarlas. De ahí que suponga que Gracián escribiera estos aforismos para:

  • Los poseedores de tales habilidades, ya que así se darían cuenta de que las tienen y que deben sistematizarlas, afinarlas y utilizarlas con más maña.


  • Los que no las poseen, para que reconozcan a los que sí las tienen y así puedan zafarse de sus artimañas.


  • Para él mismo (Gracián), y demostrar sus magníficas cualidades para sacar partido de su vida.

En aquel entonces escribí que "estas reflexiones o aforismos crean en mí dos tipos de sentimientos contrapuestos: de antipatía y de simpatía. Los primeros porque Gracián recomienda el frecuente uso de unas habilidades sociales, de unas formas de actuar frente a los demás que, sin ser ilícitas, intentan obtener el máximo beneficio propio a costa de los demás. Los segundos, porque el autor no hace sino volcar en el papel algo que está grabado en nuestros genes nos guste o no; y puesto que estamos en esta vida sin que nos hayan consultado, es de agradecer que alguien nos dé unas pistas para que, mientras vivamos, gocemos el máximo posible. Que este gozo, en su mayor parte, sea en detrimento del resto de nuestros semejantes no dejaría de ser algo impuesto desde fuera, a nuestro pesar, como sucede en el resto de la naturaleza."

Para terminar, he releído con disgusto el aforismo 149, por lo tristemente actual que me resulta, que dice:

"Saber desviar a otro los males. Una buena estrategia de los que gobiernan es tener escudos humanos contra la malevolencia. Tener en quien recaiga la crítica por los desaciertos y el popular castigo de la murmuración no obedece a incapacidad, como piensan los maliciosos, sino a depurada destreza. No todo puede salir bien ni se puede contentar a todos. Debe haber un testaferro, blanco de los errores por su propia ambición ilegítima."

3 comentarios:

  1. Hola, Javier:

    La edición que tengo yo es del CSIC, crítica y comentada por Miguel Romera-Navarro. Voy al aforismo que destacas y leo algo diferente: los buenos sucesos se atribuyen al acaso o a la fortuna del príncipe y no a la prudencia del valido; y los errores, a él solo, aunque sea ajena la culpa. No solamente le culpan en los negocios que pasan por sus manos, sino en los ajenos que penden de su arbitrio o de la naturaleza. Todo ello, a costa y en castigo de su ambición ilegítima.

    Y cito nota tal cual viene en mi edición: «Reconocieron uno que parecía necio, y realmente lo era... Y con ser incapaz, avía muchos entendidos que le ayudavan a subir y lo diligenciaban por todas las vías posibles, no cessando de acreditarle de hombre de gran testa... ¿No veis que si éste sube una vez al mando, que ellos le han de mandar a él? Es testa de ferro».

    De ello se me desprende que habla de esas pandas de marrulleros que se hacen con el poder. Hay un grupo que aúpa a uno que no es de fiar porque ellos mismos no lo son. Lo aúpan y luego, según sale la torta, lo ensalzan o lo defenestran. Y claro, Gracián invita a ese individuo a ser un poquito perspicaz. O así lo entiendo yo.

    ¡Saludos, Javier!

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    1. Gracias, Marian, por tan excelente apunte. Inicialmente, me he asustado, al creer que la edición que tengo de los aforismos está ‘demasiado’ alejada del original. Luego he buscado tu edición en Google (https://books.google.es/books?id=4KrMBpdheIgC&pg=PA293&lpg=PA293&dq=los+buenos+sucesos+se+atribuyen+al+acaso+o+a+la+fortuna+del+pr%C3%ADncipe&source=bl&ots=kEVIIFPyJW&sig=ynMHh5_JQdKVh4bfXEorzGDdo6Y&hl=es&sa=X&ved=2ahUKEwiMtqaEiu_dAhVCDMAKHUhnAwYQ6AEwAXoECAgQAQ#v=onepage&q&f=false) y he comprobado que los dos fragmentos que mencionas son sendas notas que vienen a explicar y ampliar la literalidad del aforismo.

      Me llama la atención cómo un mismo fragmento puede ser interpretado como un aviso para que los de abajo no se dejen engañar por los de arriba (como lo ves tú, quizá gracias a que lo ves con buenos ojos); o como una estratagema a utilizar por los de arriba para librarse de marrones (como lo había visto yo, con mis malos ojos). ¿Y si se dirige a ambos lados?

      Saludos también para ti.

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  2. Nunca lo sabremos, Javier. Todo está sujeto a interpretaciones, salvo que el erudito o crítico de turno, con argumentos y pruebas categóricas en la mano, venga a decir lo contrario. Mientras, ahí quedan ambas miradas.

    Un abrazo literario.

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