Otra ¿buena? novela de Paul Auster: «Brooklyn Follies»

Volviendo a mis prejuicios, a Paul Auster lo tengo encasillado como un autor de best-sellers de «prestigio», un ejemplo de escritor de masas que, para conseguirlo, no renuncia a un nivel mínimo de calidad. Y ello, a pesar de que lo que leído de él hasta ahora no me había entusiasmado, como demuestra que no recuerde nada de El palacio de la Luna, leído hace unos diez años, y muy poco del Mr. Vértigo, de lectura algo más reciente.


Para algunos, Brooklyn Folies no pasa de un buen entretenimiento; para otros, se trata del Paul Auster más auténtico. En cuanto a mí, no sé bien cómo calificar esta obra, ya que parece una rara mezcla entre libro de autoayuda y de novela de viajes. Este último tipo de género, por la sobresaliente descripción del barrio neoyorkino de Brooklyn, como si de un personaje más se tratara. Libro de autoayuda, por el tema, el mismo que está detrás del refrán: «no hay mal que por bien no venga»; o, dicho de otra forma: «si no te rindes, seguro que sales del pozo en el que te encuentras».

Desde el punto de vista literario, sea o no un entretenimiento, que también lo es, la novela tiene sus encantos, al menos para mí, como lo es, por ejemplo, que el narrador en primera persona se convierta, en algunos momentos, en una tercera persona omnisciente mediante distintas técnicas narrativas. En cualquier caso, sea o no una novela comercial, es innegable la calidad de su prosa: fácil de leer, pero con mucha más profundidad de la que aparenta. Facilidad de lectura que, confirmo, es inversamente proporcional a la dificultad de escribirla; facilidad que para unos es motivo para acoger con alborozo cada nueva novela de Paul Auster, y para otros justifica que no figure en el canon de escritores de prestigio.

En cualquier caso, no puedo negar la maestría de Paul Auster, por ejemplo, con el impactante arranque de la novela («Estaba buscando un sitio tranquilo para morir») y la escritura de algunas, muchas, buenas frases, como las que siguen:

- Leer era mi válvula de escape, mi desahogo y mi consuelo, mi estimulante preferido: leer por puro placer, por la hermosa quietud que te envuelve cuando resuenan en la cabeza las palabras de un autor.
- Pero en cuanto llegara a comprenderlo, todos aquellos disparates sobre el taxi acabarían siendo como la ropa sucia del día anterior.
- Sin tedio, no hay gozo.
- Pedir perdón a alguien es un asunto complejo, un ejercicio de delicado equilibrio entre el terco orgullo y el apesadumbrado cargo de conciencia, y a menos que uno sea realmente capaz de abrirse a la otra persona, toda disculpa adquiere un timbre falso y vacío.
- Cuando se ha vivido tanto como yo, se tiende a creer que ya se ha visto todo, que no hay nada que te pueda escandalizar. Nos sentimos ufanos del supuesto conocimiento que tenemos del mundo, y entonces, de vez en cuando, surge algo que nos hace salir bruscamente de ese cómodo caparazón de superioridad, que nos vuelve a recordar que no entendemos ni lo más mínimo de la vida.
- La inactividad induce a pensar, y los pensamientos pueden resultar peligrosos, como cualquiera que viva solo entenderá enseguida.
- Nunca hay que dejarse dominar, ni siquiera cuando crees que el otro sabe lo que más te conviene.
- Cuando alguien cree que va a morir, habla con el primero que quiera escucharlo.

Pero, en fin, tenga uno los prejuicios que tenga, no le queda más remedio que reconciliarse con Paul Auster cuando lee un párrafo tan lleno de sabiduría como el que copio más abajo, en el que el protagonista, Nat, suelta esta lista de consejos a su pareja, Joyce, con motivo de una crisis familiar:

Intenta encajar los golpes. Lleva la cabeza alta. Que no te tomen el pelo. Vota a los demócratas en todas las elecciones. Pasea en bici por el parque. Sueña con mi cuerpo inigualable y perfecto. Toma vitaminas. Bebe ocho vasos de agua al día. Apoya a los Mets. Ve mucho al cine. No te mates a trabajar. Haz un viaje conmigo a París. Ven al hospital cuando Rachel tenga el niño y coge en brazos a mi nieto. Cepíllate los dientes después de cada comida. No cruces la calle con el semáforo en rojo. Defiende al débil. Hazte valer. Recuerda lo hermosa que eres. Acuérdate de lo mucho que te quiero. Bebe un whisky con hielo todos los días. Respira profundamente. Mantén los ojos abiertos. No comas grasas. Sueña el sueño de los justos. Recuerda cuánto te quiero.

2 comentarios:

  1. Hola, Javier:
    En este último párrafo que transcribes se encierra casi el universo de la sabiduría humana reducida; es como exprimir una naranja. Primero está el fruto redondo y duro al que no puedes hincar el diente. Lo cortas en sus dos mitades, y las exprimes y el néctar es ese párrafo de Auster.
    Así lo veo.

    Un abrazo,
    Sol

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    1. Hola, Soledad:
      Exacto; importa poco que se diga en forma de metáfora o por una retahíla de oraciones triviales referidas a la cotidianidad, como hace Auster: se trata del arte del buen vivir.
      Gracias por comentar, Soledad.
      Otro abrazo para ti,
      Javier

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