El realismo casi mágico de «El llano en llamas», libro de Juan Rulfo

¡Qué vamos a saber! No sabemos nada. Vienes y te vas. No busques. No encontrarás. Si quieres, creerás. Pero no le des más vueltas. Es así de sencillo. Solo es eso. Lo demás es complicarse inútilmente. Esto lo digo yo, aunque ya lo sabían muy bien los personajes de El llano en llamas.


Con solo tres libros publicados Juan Rulfo es considerado uno de los autores cumbre de la literatura del siglo XX en español. De hecho, lo fue solo con dos de ellos (El llano en llamas y Pedro Páramo); el tercero (El gallo de oro) se publicó cuando su reconocimiento ya estaba consolidado. Además, escribió una novela de iniciación que no llegó a publicar porque «era muy mala, retórica, alambicada...», en palabras del propio Rulfo.

Todo este prestigio resulta sorprendente no solo por lo breve de su obra sino porque la prosa de Juan Rulfo no puede considerarse fácil para un lector corriente. En mi opinión, se trata de un caso insólito de reputación ganada en el ámbito académico que se ha filtrado «hacia abajo» con el paso del tiempo. Difusión soportada por un estilo muy original, basado en la utilización intensiva de comparaciones, aunque no de metáforas; una minuciosa ambientación, sobre todo de olores, colores y sonidos; y unos diálogos muy naturales y diferenciados para cada personaje.

Como recopilación de cuentos, El llano en llamas no partió de mi predisposición positiva. El cuento se me suele quedar corto: nada más empezar a familiarizarme con los personajes, la historia se acaba. Y esta familiarización, para mí, es necesaria para empatizar con la narración y hacerla mía hasta sentir que algo de mí depende de su acontecer. Al menos yo, puedo llegar a empatizar con los personajes, pero no con la historia, lo sustancial en un cuento, al contrario que en la novela, donde priman los personajes. Por ello, desde mi punto de vista, la novela y el cuento son géneros muy diferentes de escribir y de leer, por mucho que ambos sean textos narrativos y apliquen algunas técnicas similares. Queda dicho: soy más de novela que de cuento. Ello no significa que reste calidad al cuento como género: en algunos aspectos lo considero más difícil que la novela. De hecho, entre mis escritores favoritos están dos grandes cuentistas: Julio Cortázar y Jorge Luis Borges.

Regreso a El llano en llamas. Diecisiete cuentos sin una línea argumental común que solo comparten la ambientación (el México de la Guerra Cristera de comienzos del siglo XX) y, sobre todo, el estilo único de Juan Rulfo. Un estilo:
  • musical, y si no, qué son estos grupos de palabras: «el llano en llamas», «el chirriar de las chicharras» o «rebotando por las paredes de la barranca».
  • que personifica continuamente la naturaleza (el viento, las nubes, los árboles, las montañas...), aunque sin llegar a dotarla de la magia propia del «realismo mágico»; más bien se trataría de una «realidad maravillosa».
  • que no desprecia la utilización de localismos (pepenar, coamil, elotes...), sin que ello nos impida la comprensión del texto.
  • que derrocha imaginación para sembrar las páginas de comparaciones con pocas metáforas, y hacerlo bien, sin la ligereza gratuita de otros autores.
  • en el que los personajes dialogan con naturalidad en su propia lengua.
  • con una caracterización basada en las acciones y no en la descripción del aspecto exterior o interior de los personajes.
Gracias a este estilo, que es el gran unificador de los cuentos incluidos en El llano en llamas, Juan Rulfo ha conseguido que me guste esta colección de personajes agobiados por un mundo cruel y, casi siempre, abocados a una muerte próxima y violenta; pero que, sin embargo, la aceptan como aceptan la poca lluvia que se digna caer (sí, yo también personifico la naturaleza, a veces; una muestra de mi admiración por el estilo de Rulfo).

Por último, un pequeñísimo repertorio de acertadas comparaciones:

  • [...] se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza.
  • Se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta.
  • Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella.
  • Los pies del hombre se hundieron en la arena, dejando una huella sin forma, como si fuera la pezuña de algún animal.
  • Parecía un camino de hormigas de tan angosto.
  • Les relumbraba la cara de sudor, como si la hubieran zambullido en el agua al pasar por el arroyo.
  • Era como si se nos hubiera acabado el habla a todos o como si la lengua se nos hubiera hecho bola como la de los pericos y nos costara trabajo soltarla para que dijera algo.
  • [...] una de esas balas largas de “30-30” que quebraban el espinazo como si se rompiera una rama podrida.
  • [...] yo también sentí ese llanto de ella dentro de mí como si estuviera exprimiendo el trapo de nuestros pecados.
  • Al verlo uno se sentía como si a uno lo hubieran hecho de mala gana o con desperdicios.

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