Por fin, una novela que me ha hecho reír: «Juegos de la edad tardía», de Luis Landero

Sé que soy un lector poco sofisticado. No busco, porque me cuesta encontrar, profundas simas de sabiduría, ocultas en geniales combinaciones de palabras; despacho sin miramientos las tramas que van hacia delante y hacia atrás en el tiempo (las tramas, no los argumentos, que estos siempre avanzan, como aprendí en su momento). Eso sí, si descubro alguna perla en forma de metáfora comprensible o de cualquier otra figura retórica, la valoro como un tesoro.


Quizás me comporte de esta forma porque mientras leo no dejo de preguntarme por qué el autor ha creado este personaje, cuál es el motivo de que se ría, justamente ahora, o hasta por qué lo hace con un rictus que no es el habitual, o por qué la camisa que viste es de color verde y no amarillo. Naturalmente, casi nunca consigo responderme y termino por creer que, en el fondo, no hay un motivo que pueda denominar consciente, sino que se trata de la creatividad del autor, surgida de los afanes propios de su subconsciente; vamos, que «le salió así», sin proponérselo. Es muy curioso el mecanismo de la, cada vez más apreciada, creatividad: antes de sentarnos a escribir no solemos tener presente cuál va ser el texto que va a plasmarse en el papel; resulta que uno está casi en blanco y, en cuanto se pone, empiezan a salir palabras, frases y, lo que es más milagroso, historias más o menos consistentes, más o menos interesantes. Puede que se cuente con algún guión previo, una idea temática predefinida, pero de ahí a tener que componer y enlazar frases hay un gran trecho, que pasa por visualizar sucesivas escenas que se crean y se difuminan en tiempo real.

No me cabe duda de que así tuvo que ser como Luis Landero escribió amplios fragmentos de esta novela, en la que el derroche imaginativo puede incluso llegar a saturar a algunas lectores. Pero esta frescura es la que consigue que se lea con agrado y se disfrute de los numerosos momentos de comicidad desinhibida. Todo ello unido a una estructura relativamente convencional, con pocos flashbacks, así como un uso comedido de las comparaciones y metáforas, han convertido a estos Juegos de la edad tardía en una lectura apropiada para un lector poco sofisticado, repito, como lo soy yo.

Podría abundar en la semejanza temática y hasta de caracteres con Don Quijote, pero lo considero secundario y hasta contraproducente ya que no estoy seguro si podría interpretarse como un intento por mi parte de prestigiar esta novela de Luis Landero; o un intento de devaluarla por suponer que es un simple remake de Don Quijote. Es sabido que, desde la época de Aristóteles, los temas y hasta las historias no hacen más que repetirse, tanto en literatura como en pintura y hasta en el cine (no digamos en las actualísimas series de televisión). La diferencia en cada versión viene dada por la forma que imprime cada autor, necesariamente diferente de los anteriores, ya que viene determinada por su propia experiencia vital, y esa sí que no puede ser plagiada de ningún modo.

Para terminar, unos pocos fragmentos que he anotado:

  • Su cabeza descubierta, acostumbrada al sombrero, blanqueaba con obscena desnudez de matrona recién salida de la enagua.
  • Lucía un bigote finamente caligrafiado sobre una boca semejante a un higo pasón.
  • Sus quehaceres eran tan menudos que eso los hacía incansables, pues con una actividad descansaban de otra.
  • Era como si el tiempo hubiese encontrado una salida al mar.
  • Llevaba botas catiuscas, impermeable blanco como la nieve y un jersey negro y cerrado del que se desbordaba como un hervor de leche un cuello de puntilla.
  • Al verlo allí, tan boca arriba, tan concentrado y embebecido en la novedad de su oficio de muerto, Gregorio pensó que al fin su tío había encontrado un quehacer digno de su ambición.
  • Vio a un tipo sentado en cuclillas, verdadero atleta del cansancio, y a un pobre contando dos monedas, como un gran erudito de la necesidad.
  • Y Gregorio sonrió imperceptible, pues no le pareció mal aquello de inspirar miedo sin proponérselo.
  • Olía a pulcritud en estado de sitio, a orines derrotados, a carne vieja embutida en pijama.
  • Angelina llevaba un abrigo de pintas muy escarmentado de inviernos y medio pensativo de una percha, y unos zapatos planos y aplicados que parecían ir juntos a la escuela...

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