Reseña de "En tierras bajas", un libro de relatos de Herta Müller, por Soledad Blanco


Por segunda vez, cedo la palabra a Soledad Blanco para que nos descubra sus sensaciones y hasta sus emociones tras la lectura de "En tierras bajas", la primera obra de Herta Müller, una colección de relatos publicada a finales del siglo XX. Adelante, Soledad:

La historia comienza con el entierro del padre; el individuo me repele desde la primera línea. El personaje no tiene desperdicio, no hay negro palillo que no haya tocado su mano con olor a tabaco. La niña habla de él con apego, ¿me sorprende? No. Los niños, indefensos, (discúlpenme la redundancia) creen amar a los adultos que les ofrecen protección, ¿protección? La niña sabe lo que dice. La niña ya es sabia, aunque ella aún no lo ha descubierto, lo sabe en los capítulos finales, cuando derrocha ironía y sabiduría, cuando ve cómo un suabo de su pueblo se peina con crencha alemana y se perfila un bigotito cuadrado. Me alegro de que el padre esté muerto ya. ¿Por qué? Si la niña no lo desprecia, por qué lo desprecio yo? 

“Papá tira una colilla por la ventanilla” 

Papá ha violado, ha matado. Pero eso sucedió en la guerra, claro, claro; si fue así se lo perdonamos. No, no se lo perdono, ni yo ni la niña le perdonamos que haya violado. 

Con frases cortas como si de poesía se tratara nos narra sus recuerdos infantiles en una pobre aldea rumana del Banato, en tiempos de Ceaucescu. ¿Culpo a Ceaucescu de la miseria que se va trasluciendo en la historia? No. ¿Por qué no? Me retuerzo el pensamiento y el resultado lo trenzo con mis propios recuerdos para saber el porqué de mi no. Preferiría no escribirlo, señor.

Leo y voy acompañando a la niña en sus recuerdos, en sus alucinaciones, con sus metáforas. Y me voy con ella a la bañera, toda la familia se baña en la misma tina, con el mismo agua, al final ya siento el agua fría y me dan asco los fideos negros que veo flotando. Los niños primero, sí, es verdad.

Y sigo con ella mientras la pega su madre, odio a todos los adultos que se ensañan con los niños. Los adultos vuelcan su frustración y su odio en los indefensos ¿quién hay más indefenso que un niño? Todos los adultos sabemos la respuesta.

Con engañosa ingenuidad la niña va al baile del pueblo y ahí se encuentra con el niño, con los niños. Y lo pasamos bien y mal, todo al mismo tiempo. 

Me gusta su lenguaje tan audaz. El resultado es una trabazón poética mezclada con prosa objetiva. La niña parece que no sabe. Pero yo sí sé.  

Me disgusta que se ensañen con los pequeños animalitos de la aldea. ¡Otra vez la criaturas indefensas! !Qué cobardes, los adultos! Pobres adultos, pienso mientras leo, cuánto miedo tenemos. Son desgraciadas estas mujeres, vida miserable, entre alcoholismo e infidelidades. ¿Las mujeres infieles también serán desgraciadas? La niña no sabe, las ve reír, no sabe todavía.

“El caballo tiene tanta sed que es capaz de beberse la lluvia entera”

La niña —que en algún momento me parece niño, que no es igual sino distinto— me lleva de la mano a conocer al pirómano. Y ahí voy a que me lo presente, lo reconozco enseguida, me lo explica tan bien ella; me sonrío con el alma encogida porque yo sí sé. El aldeano ”fogoso” cada verano prende fuego al odio que juntó de pequeño una mañana, lo mezcló con recuerdo doloroso y lo atesoró dentro de su caja de cerillas.


"Yo soy la persona que soy", se definió Herta Müller, premio Nobel de Literatura 2009. Nacida en 1953 en Rumanía, también vivió en Alemania.

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